Los afectos o los estados emocionales, consientes e inconscientes, fluyen entre los cuerpos de las personas, atraviesan los cuerpos institucionales y se pegan (de chocar y de pegotearse) con el cuerpo de la nación. Los afectos se transmiten a partir del sonido. Una campana suena y una cierta intensidad se despierta. Somos “afectados” con ello y entonces sabemos que es hora de algo, de ir a misa, de comer, de pausar. Pero el sonido no es sólo la regulación. Podríamos pensar que la regulación que hace el sonido en nuestro cuerpo es también una entonación, una sintonía. El sonido nos sintoniza con la familia. Y a la familia con la sociedad. Nos sintoniza con les demás por los afectos y la memoria encarnada. Raymond Williams nos enseñó a entender “el pensamiento como sentimiento y el sentimiento como pensamiento”; de esta forma, antes de las ideologías, (o en el momento en que estructuramos las ideologías), operan las estructuras de los sentimientos sobre los que apenas nos damos cuenta. Estructuras de sentimientos que surgen como un impulso y un tono con los que nosotres nos sintonizamos.
Las campanas las reconocemos en el cuerpo porque esos sonidos fueron antes cascabeles, porque antes fueron Tlatzillinilis, y los reconocemos ahora. Y los sentimos en el cuerpo al verlos colgados del techo del Museo del Chopo. La resonancia afectiva ya está dentro del cuerpo.
El Museo del Chopo, el edificio Art Nouveau de principios del siglo 20, es hierro y cristal. Como las campanas que son hierro y que ahora Pedro y Juana convirtieron en flor. Una flor en tela que penetra al hierro con su suave pistilo ayototero. La sentimos en el cuerpo no sólo al momento de verla. La reconocemos al verla. La reconocemos afectivamente porque los afectos no requieren de personas. La resonancia afectiva es transgeneracional. Reconocemos las campanas porque antes fueron cascabeles. Sentimos el pistilo ayototero porque otras generaciones se dejaron afectar emocionalmente por él.
El pequeño cascabel, una vulva en bronce, es pensamiento y sentimiento. No. Es afecto. Los sentimientos son reflexivos y los afectos son irreflexivos. La vulva en bronce es la intensidad, es la pulsación eléctrica. Es el poder de los sentimientos de afectar y de una poder sentirse afectada. Pero no es sólo un cuerpo, un individuo. No estoy aquí refiriéndome a ti o a mí como espectadores de la obra de Pedro y Juana. Las culturas occidentales durante mucho tiempo han considerado que los afectos son la propiedad de las personas. Mi dolor. Mi placer. Mi dicha. Y no. No podemos contener los afectos dentro. Si sentimos la resonancia afectiva de las campanas, cascabeles y los tlatzillinilis, es porque estamos poseidos por los afectos que nos despiertan.
Esta exposición nos está de-sintonizando con la ansiedad y depresión. De -sintonizando de la ‘otredad’. Nos estamos sintonizando con nuestras historias, las historias de las naciones que existieron antes de la Nación.